miércoles, 23 de septiembre de 2009

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Alguien dijo, “El maestro Sanai ha muerto”. La muerte de tal maestro no es algo pequeño.
Él no fue chal que volara en el viento, él no fue semilla que se helara en invierno.
El no fue peine que se partiera en pelo, él no fue semilla que la tierra aplastara.
Él fue un tesoro de oro en este hoyo de polvo, pues él valoró los dos mundos en un grano de cebada.
El molde terrenal lo arrojó a la tierra, el alma y el intelecto llevó a los cielos.
El puro elixir mezclado con las heces del vino, subió hasta la superficie de la tinaja y se separó del poso.
La segunda alma que el vulgo no conoce – declaro por Dios que él la rindió al Amado.
Se encontraron en un viaje, querido amigo, un nativo de Marghaz, uno de Ravy, un romano y un kurdo;
Cada uno de regreso a su casa - ¿Cómo acompañara el satén a la lana?
Guarda silencio, como los puntos (de un circulo), pues el Rey ha borrado tu nombre del libro del habla.

RUMI