sábado, 26 de junio de 2010

La promesa y el pícaro

-Si este asunto se resuelve como deseo – prometió el rey – esta gran bolsa de dinero se repartirá entre todos los hombres santos de la ciudad.
Y el asunto importante se arregló exactamente como deseaba el monarca. Este llamó a uno de sus sirvientes favoritos, le dio la bolsa bien repleta y le envió a repartir el dinero.
El sirviente, y así sigue el cuento, era listo y astuto. Se pasó todo el día dando vueltas por la ciudad y, cuando caía la noche, volvió al palacio. Besó la bolsa del dinero, de la que no había salido ni una moneda, y la depositó a los pies del rey.
- No he podido encontrar a un solo hombre santo –dijo.
- No digas tonterías – respondió el rey -¿Cómo puede ser? Sé perfectamente que hay al menos cuatrocientos en esta ciudad.
- Oh, señor del universo – replicó el sirviente – Yo ya sabia que los hombres santos nunca aceptan dinero; y todos aquellos que estaban dispuestos a aceptarlo, no podían serlo lógicamente –terminó.
- A este pícaro no le gustan los hombres santos y por eso a desbaratado mis planes para ayudar a estos devotos- les dijo, riendo a sus cortesanos- pero no puedo evitar sentir que tiene razón.

viernes, 25 de junio de 2010

Ardabili


Cuando le preguntaron por qué nunca le agradecía a nadie los servicios prestados, Ardabili dijo:
-Tal vez no lo creas, pero si yo les doy las gracias, se sentirán contentos y esto es lo mismo que si hubiesen sido pagados o recompensados por sus molestias. Si no se les agradece, hay una posibilidad de que en el futuro sean recompensados por sus servicios, y tal recompensa puede ser mucho mejor para ellos. Por ejemplo, puede llegar un momento en el que la necesiten realmente.

Musgo


Un grupo de discípulos más veterano de Bahaudin, que habían estado en Persia, llegaron para sentarse a los pies del maestro. Tan pronto como estuvieron reunidos, Bahaudin les ordenó que escucharan los cuentos y narraciones leídas por el más joven de los discípulos.
Alguien expresó su sorpresa. El maestro dijo:
-Si ustedes siguen la senda allá a lo lejos durante medio día de marcha, llegarán hasta un hermoso y abandonado edificio, y verán que una parte de esa magnífica cúpula está cubierta de musgo. Si entran descubrirán cómo se han caído y yacen en el suelo algunos de sus preciados azulejos.
No hay duda sobre el resultado y el valor del edificio, pero la exposición a cierto tratamiento humano y natural ha causado una perdida de perfección.
Esto mismo ocurre con los discípulos veteranos.