sábado, 26 de junio de 2010

La promesa y el pícaro

-Si este asunto se resuelve como deseo – prometió el rey – esta gran bolsa de dinero se repartirá entre todos los hombres santos de la ciudad.
Y el asunto importante se arregló exactamente como deseaba el monarca. Este llamó a uno de sus sirvientes favoritos, le dio la bolsa bien repleta y le envió a repartir el dinero.
El sirviente, y así sigue el cuento, era listo y astuto. Se pasó todo el día dando vueltas por la ciudad y, cuando caía la noche, volvió al palacio. Besó la bolsa del dinero, de la que no había salido ni una moneda, y la depositó a los pies del rey.
- No he podido encontrar a un solo hombre santo –dijo.
- No digas tonterías – respondió el rey -¿Cómo puede ser? Sé perfectamente que hay al menos cuatrocientos en esta ciudad.
- Oh, señor del universo – replicó el sirviente – Yo ya sabia que los hombres santos nunca aceptan dinero; y todos aquellos que estaban dispuestos a aceptarlo, no podían serlo lógicamente –terminó.
- A este pícaro no le gustan los hombres santos y por eso a desbaratado mis planes para ayudar a estos devotos- les dijo, riendo a sus cortesanos- pero no puedo evitar sentir que tiene razón.