sábado, 6 de noviembre de 2010

Suplicas acumuladas

Era una costumbre establecida en cierto lugar que la gente visitase un santuario y rezase pidiendo buena fortuna.
Hacían una ofrenda al derviche, que cuidaba el lugar, para su mantenimiento y por caridad.
Tras muchos años de esa tradición, cuyos orígenes ya se habían olvidado, llegó un hombre verdaderamente necesitado.
Pero él no pidió nada.
En el momento de su llegada, un individuo caritativo se le aproximó.
El hombre caritativo dijo:
- He hecho voto de dar todo mi dinero en este lugar a la primera persona que encontrase.
Donó cada una de las monedas e su fortuna al hombre verdaderamente necesitado.
Uno de los discípulos del derviche le preguntó por el significado interior de esta transacción.
El derviche lleno de sabiduría le dijo:
- Las suplicas acumuladas estaban aguardando a un hombre necesitado que no pidiese. Tan pronto como apareció, las aspiraciones correctas operaron y las oraciones fueron capaces de tener un efecto verdadero.
- Pero la gente cree que es el santuario mismo el que les trae buena fortuna – objeto el espectador.
- Trae buena fortuna a aquellos que la merecen. Los indignos atribuyen su suerte a haber estado en el santuario. Pero la asignación es a menudo diferente al origen.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Necesidad del aspirante de aprender a cómo aprender

Los Sufis poseen singulares alegorías diseñadas para ilustrar tanto el Camino como la situación de la humanidad cuando ignora el Camino. Por ejemplo: ¿Cómo considera el Sufi al individuo común que está tratando de vérselas con la vida?
Una saga que trata de las "visiones del más allá" se encuentra en una serie de historietas sobre el Mulla Nasrudín, quien cumple el papel del ser humano que ve el mundo en una cierta manera -como lo hacemos todos- mientras que la realidad es muy diferente.

Nasrudín es un joven tonto que la madre manda al mercado a vender una pieza de paño que ha tejido. Andando por el camino a la ciudad Nasrudín encuentra otro viajero con el que comienza enseguida a conversar. Las palabras del joven son tan poco realistas que el otro se da cuenta enseguida de poder engañarlo.
"Dame esa tela, tu no la necesitas", le dice. Nasrudín, que se cree inteligente, responde:
"¡Un momento, amigo! Mi madre me ha dicho de venderla por que necesita el dinero. Somos pobres ¿sabes? No sería un acto responsable regalarla".
"Muy bien -dijo el hombre- Te daré veinte monedas de plata, pero como nos las tengo aquí con migo ahora, te las daré la próxima vez que nos veamos" ¡Veinte monedas de plata! Esto le parece a Nasrudín una gran oportunidad pues su madre le ha dicho que podrían obtenerse, a lo sumo, tres monedas de plata.
"Entonces la puedes tener -responde Nasrudín, agregando con mucha astucia- aunque estoy
perdiendo dinero", cosa que ha sentido decir a los mercaderes cuando concluyen un negocio.
"Bien, me voy" -dice el hombre.
"¡Alto ahí!" responde Nasrudín, dado que le ha venido en mente otra idea "Debo saber tu nombre para poder reencontrarte"
"Es fácil -dice el otro- Yo soy Yo, ahora ya sabes quien soy".
Nasrudín, satisfecho de su trabajo, se vuelve a la casa a contarle a la madre lo que le ha ocurrido.
"Todo lo que tengo que hacer es encontrar a "Yo" y hacerme pagar"
"¡Qué tonto! -exclama la madre- ¡Todos se llaman "yo"! Tu eres "yo" para ti mismo, Yo soy "yo" para mi misma, y también aquel hombre es "yo".
"Esto es demasiado complicado para mi -responde Nasrudín- Pero mañana iré a buscar a "Yo" y me pagará".
Al día siguiente, Nasrudín parte para el mercado, y a mitad de camino se encuentra un hombre sentado a la sombra de un árbol. Nasrudín, que además era obtuso, no recuerda el aspecto del hombre que se había llevado su tela.
"Este hombre -piensa- podría ser él" y decide asegurarse. "¿Quién eres?" le pregunta al hombre. Al otro no le cae bien un encuentro tan directo y le hace señas de que se vaya: "No te importa. ¡Fuera, fuera!".
Nasrudín, que ha sido educado por su madre, considera que siempre se deba responder cortésmente a una pregunta. El hombre se estaba comportando mal. Así que Nasrudín levantó una gran piedra y, sosteniéndola sobra la cabeza del viajero le pregunta: "¿Quien eres? Creo que tu eres Yo".
"Está bien -responde el hombre poniéndose nervioso- si eso te place, yo soy Yo".
"Es lo que pensaba. Ahora, dame las veinte monedas de plata"
Convencido de que Nasrudín sea un peligroso lunático, el hombre le arroja presuroso las monedas y escapa contento de haber salvado la vida.

Es importante notar cómo Nasrudín viene generalmente ignorado y deplorado por los estudiosos, y además decididamente poco amado por los pomposos clérigos que no tienen sentido del humor. En esta historia en cambio, el lector está en grado de saborear algo de la idea que los Sufis tienen de la vida, del pensamiento y del comportamiento, experimentando lo absurdo de la presunción en acción.
Un término frecuentemente usado para definir al aspirante, es Buscador (Salik). Aquellos que, aunque siguiendo ejercicios u ocupándose de cuestiones Sufis, no han recorrido el Camino hasta el final, no pueden llamarse Sufis. "Sufi" es el nombre que se le da al Ser Humano Realizado. En palabras Sufis: "Quien se autodefine Sufi, no le es". No obstante ello, el mundo está lleno de personas así, que por siglos han sido numerosas.


Idries Shah

miércoles, 3 de noviembre de 2010

Mi corazón es capaz de tomar cualquier forma:
Un prado para las gacelas,
Un monasterio (cristiano) para los monjes,
Un templo para los ídolos (paganos)
La mezquita de la Meca para los peregrinos (islámicos)
Las Tablas de la Torah (hebrea) y las páginas del Corán
Yo sigo la Fe del Amor
Cualquiera sea el aspecto que éste asuma,
Allí está mi religión y mi fe.

Ibn al-Arabi

lunes, 1 de noviembre de 2010

“Cada una de las cosas es nuestra propia vida, cada cosa es nuestra propia práctica: hacer la comida, abandonar toda idea de que hay ingredientes de alta o baja calidad, abandonar, perder, es el verdadero satori. Ganar, es la ilusión, la pérdida es el satori”.