sábado, 27 de noviembre de 2010

Fátima, la hilandera

Una vez, en una ciudad del lejano Occidente, vivía una joven llamada Fátima. Era la hija de un próspero hilandero. Un día, su padre le dijo:
- Ven, hija: haremos una travesía, pues tengo negocios que hacer en las islas del mar Mediterráneo. Tal vez tú encuentres a un joven atractivo, de buena posición, que podrías tomar por esposo.
Se pusieron en camino y viajaron de isla en isla, el padre haciendo sus negocios mientras Fátima soñaba con el esposo que pronto podría ser suyo. Pero un día, cuando estaban en camino a Creta, se levantó una tormenta y el barco naufragó.
Fátima, semiconsciente, fue arrojada a una playa cercana a Alejandría. Su padre había muerto y ella quedó totalmente desamparada. Podía recordar sólo vagamente su vida hasta entonces, ya que la experiencia del naufragio, y el haber estado expuesta a las inclemencias del mar, la habían dejado completamente exhausta.
Mientras vagaba por la arena, una familia de tejedores la encontró. A pesar de ser pobres, la llevaron a su humilde casa y le enseñaron su oficio. De esta manera, ella inició una segunda vida y en el lapso de uno o dos años volvió a ser feliz, habiéndose reconciliado con su suerte. Pero un día, estando en la playa, una banda de mercaderes de esclavos desembarcó y se la llevo, junto con otros cautivos. A pesar de lamentarse amargamente de su suerte, no encontró ninguna compasión por parte de ellos, quienes la llevaron a Estambul y la vendieron como esclava. Por segunda vez, su mundo se había derrumbado.
Ahora bien, sucedió que en el mercado había pocos compradores. Uno de ellos era un hombre que buscaba esclavos para trabajar en su aserradero, donde fabricaba mástiles para barcos. Cuando vio el abatimiento de la infortunada Fátima, decidió comprarla, pensando que de este modo, al menos, podría ofrecerle una vida un poco mejor que la que habría de recibir de otro comprador. Llevó a Fátima a su hogar, con la intención de hacer de ella una sirvienta para su esposa, pero cuando llegó a su casa, se enteró de que había perdido todo su dinero al ser capturado un cargamento por piratas, no podía afrontar los gastos que le ocasionaba tener trabajadores, de modo que él, Fátima y su mujer quedaron solos para llevar a cabo la pesada tarea de fabricar mástiles. Fátima, agradecida a su empleador por haberla rescatado, trabajó tan duramente y tan bien, que él le dio la libertad y ella llegó a ser su ayudante de confianza. Fue así como llegó a ser relativamente feliz en su tercera profesión. Un día, él le dijo:
- Fátima, quiero que vayas a Java, como mi agente, con un cargamento de mástiles; asegúrate de venderlos con provecho.
Ella se puso en camino, pero cuando el barco estuvo frente a la costa china, un tifón lo hizo naufragar y, una vez más, se vio arrojada a la playa de un país desconocido. Otra vez lloró amargamente, porque sentía que en su vida nada sucedía de acuerdo con sus expectativas. Siempre que las cosas parecían andar bien, algo ocurría, destruyendo todas sus esperanzas, - ¿Por qué será - exclamó por tercera vez- que siempre que intento hacer algo, se malogra? ¿Por qué deben ocurrirme tantas desgracias?, pero no hubo respuesta. De manera que se levantó de la arena y se encaminó tierra adentro.
Ahora bien, sucedía que nadie en China había oído hablar de Fátima ni sabía nada de sus problemas. Pero existía la leyenda de que un día llegaría allí cierta mujer extranjera, capaz de hacer una tienda para el emperador. Y puesto que en aquel entonces en China no existía nadie que pudiera hacer tiendas, todo el mundo esperaba el cumplimiento de aquella predicción con la más vivida expectativa. A fin de estar seguros de que esta extranjera, al llegar, no pasara inadvertida, los sucesivos emperadores de China solían mandar heraldos una vez por año a todas las ciudades y a todas las aldeas del país, pidiendo que cada mujer extranjera fuera llevada ante la Corte. Fue justamente en una de esas ocasiones cuando Fátima, agotada, llegó a una ciudad costera de China. La gente del lugar habló con ella por medio de un intérprete, explicándole que tenia que ir a ver al emperador:
- Señora - dijo el emperador cuando Fátima fue llevada ante él - ¿sabéis fabricar una tienda?- Creo que si - dijo Fátima.
Pidió sogas, pero no las había, de modo que, recordando sus tiempos de hilandera, recogió lino y fabricó las cuerdas. Luego pidió una tela fuerte, pero los chinos no tenían la clase de tela que ella necesitaba, entonces, utilizando su experiencia con los tejedores de Alejandría, fabricó una tela resistente para hacer tiendas. Luego vio que necesitaba los palos para la tienda, pero no existían en el país. Entonces, Fátima, recordando cómo había sido enseñada por el fabricante de mástiles en Estambul, hábilmente hizo unos sólidos palos. Cuando estos estuvieron listos, se devanó los sesos tratando de recordar todas las tiendas que había visto en sus viajes; y he aquí que una tienda fue construida. Cuando esta maravilla fue mostrada al emperador de China, le ofreció a Fátima dar cabal cumplimiento a cualquier deseo que ella expresara. Ella eligió establecerse en China, donde se casó con un atractivo príncipe, y donde, rodeada por sus hijos, vivió muy feliz hasta el fin de sus días.
Fue a través de estas aventuras como Fátima comprendió que lo que había parecido ser, en su momento, una experiencia desagradable, resultó ser parte esencial en la elaboración de su felicidad final.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Comportamiento

Se le pregunto a Arif de Damasco:
- ¿Cuántos modos hay de comportarse hacia los visitantes?
El dijo:
- Dos. El primero es el comportamiento que hace que las personas quieran estar contigo. El segundo es el comportamiento que hace que quieran alejarse. No hay comportamiento conocido por la gente que transmita más que esto, amistad u hostilidad, aparte de la forma de comportamiento conocida por aquellos que ya no la necesitan.



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Barro
El falso estudiante es aquel cuyos ojos están fijos en el cielo porque sus pies están hundidos en el barro.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

El secreto

El rey Tashak de Persia revelo una vez a sus esclavos un secreto y añadió:
- A nadie se lo contéis.
Estos lo mantuvieron durante todo un año y, al fin, lo revelaron. El secreto se extendió como una marea por el reino y así todo el mundo lo conoció.
Furioso el rey encadeno a los esclavos y los envió al verdugo.
- Cortadles la cabeza – ordenó
- Piedad – exclamó uno de los esclavos- No nos matéis por culpa de vuestro propio delito.
- ¿Cómo es eso? – inquirió el rey.
- ¿Acaso esta marea que intentáis detener – respondió el esclavo – no era más que una sencilla gota que sola moraba en vuestro corazón?

domingo, 21 de noviembre de 2010

Transmitiendo

Puedes conocer a las personas muy bien, verlas diariamente, vivir en la misma casa con ellas. No conceden especial importancia a lo que dices o haces hasta que se enteran que vas a aparecer en televisión. Entonces se apresuran a llegar pronto de la oficina, no para verte en casa, sino para verte diciendo las mismas cosas en televisión.
Del mismo modo, numerosas personas que no soñarían en leer uno de tus libros se apiñaran incomodas alrededor de un aparato de radio para escuchar cómo otras personas hablan acerca del libro.
Es una triste carencia de la cultura no haber hecho posible que la gente tome interés en algo a menos que esté dramatizado (por el mero acto de transmitirlo) o ritualizado.
Es la misma gente que dice:”Tengo que venir a tu conferencia”. Cuando respondes “me puedes escuchar diciendo las mismas cosas cada día, sin tener que asistir a una reunión”, contestan invariablemente: “Si, pero no es lo mismo”.