domingo, 15 de marzo de 2009

Hipocresía



P:¿Por qué un maestro espiritual debe ser tratado con respeto y considerado con temor y humildad?

R: No por él, sino por nosotros mismos. La postura mental que acompaña el sentimiento de respeto es el que nos sintoniza con la realidad y hace desaparecer nuestra autoestima. Así como las personas que lloran a los muertos lo hacen por su propia necesidad - a los muertos no les afecta -, de igual modo, cuando las personas están demasiado centradas en sí mismas no pueden aprender. Tienen que ver a otros como más importantes que ellos mismos.
La gente, sin embargo, a veces se vuelve demasiado adoradora del hombre y estima en execeso a su maestro espiritual. Debido a la necesidad de equilibrar la actitud para conseguir la justa medida se cuenta esta historia del derviche santurrón.

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Érase una vez un hombre religioso, a quien le gustaba considerarse a sí mismo como un verdadero derviche. También le gustaba ceñirse a todas las reglas de las leyes divinas y seculares, y, puesto que se sentía orgulloso de esto, como mucha otra gente antes y después de él, se convirtió en un hipócrita inconsciente. Este estado, naturalmente, le impedía hacer cualquier progreso verdadero en el sendero espiritual, y un ángel decidió ayudarle a salir de esa dificultad.
Un día, por lo tanto, cuando el derviche contemplaba cómo un condenado era conducido por delante de su casa, sintiendo cuán correcto era que el bribón sufriese, el ángel apareció ante él.
La aparición le dijo:
- Ya que imaginas que la santurronería es verdadera piedad ¡se te condena a vagar por la faz de la tierra, sin esperanza de salvación, hasta que los brotes aparezcan y florezcan en una rama muerta!
Al principio el derviche se sintió indignado y pensó que el ángel debía de ser un impostor. Luego, en cuanto los acontecimientos le obligaron a abandonar su casa y le arrojaron a las calles, se dio cuenta de que podía existir alguna verdad en el asunto.
Había un viejo roble marchito en la cima de una colina, que parecía completamente muerto, y el supuesto hombre piadoso solía acudir a observarlo, cavilando sobre su destino y preguntándose acerca de su potencial.
Un día se encontró con un barbero en el camino. El barbero le dijo:
- Si no practico, no seré capaz de conseguir un trabajo cuando llegue a mi destino. ¿Puedo afeitarte?
El semiderviche se sintió inicialmente ofendido de que su venerable barba fuese asediada; pero de repente se le ocurrió que él, después de todo, era un impostor, y no tenía sentido mantener una barba si el hombre que había detrás de ella no había alcanzado la perfección. De modo que aceptó y el barbero le afeitó la barba.
En aquel momento las raíces del árbol comenzaron a absorber humedad y nutrición.
Entonces el derviche vio a un pobre hombre caminando por el sendero, sin un harapo que lo cubriese.
"Todo lo que yo tengo - pensó para sí - es este apedazado manto derviche..." Recordó entonces que el manto apedazado era un signo para indicar su estado, y sin embargo su estado era de exhibición externa mientras lo llevaba. Así que se quitó el manto y lo compartió con el pobre viajero.
Fue entonces cuando, en la cima de la colina, la savia comenzó a ascender por el tronco del árbol.
No mucho después el derviche se encontraba sentado bajo el árbol cuando dos buscadores de la verdad se acercaron. Viendo ante ellos a aquella figura de aspecto devoto, le pidieron que les enseñase algo. Él les dijo:
- Lo que os puedo enseñar es que cuando veáis a alguien de apariencia devota, que lleva barba y le complace enseñaros, que permite que la gente se dirija a él mediante títulos religiosos; ¡probablemente estéis tratando con un impostor!
En aquel momento aparecieron brotes en las ramas del árbol, y casi inmediato se abrieron, convirtiéndose en flores.
Idries Shah