viernes, 15 de mayo de 2009

Daggash Rustan



Tabriz, de la cual tomo su nombre el misterioso maestro derviche Sahms de Tabriz, no es una ciudad que impresione. Nervioso como estaba, encontré a la gente menos cooperativa y amable de lo que hubiese deseado. Todos conocían al Maestro del Tambor pero nadie me podía decir donde encontrarlo.
Pase diez días buscando hasta que un día, mientras estaba sentado en una chaikhana, atrajo mi atención una figura alta, con abundante barba, vestida con un emparchado y harapiento manto, cruzando la calle. Al llegar a un pequeño claro saco un tambor y comenzó a tocarlo gritando: “Escuchen todos a Rustam”.
Di un salto, derramando mi te, y corrí hacia ese lugar.
El derviche estaba sentado sobre una piedra y a su alrededor había gente reunida. Alzo su bastón pidiendo silencio.
“Les contare un cuento, aunque no se por que pierdo el tiempo con imbéciles como ustedes”, comenzó. Un murmullo de apreciación me dio a entender que esta era una apertura conocida.
Contó el cuento del derviche de Gulistan de Saadi con gran detalle e imitando diferentes voces. Realmente era un maestro de la narrativa. Cautivada, la multitud seguía todos sus gestos y sus tonos y finalmente estalló en aplausos cuando termino su cuento. Recogiendo un puñado de monedas de cobre, sin dar las gracias, se alejó, seguido por una multitud de pilluelos quienes aparentemente sabían que él compraría pasteles de azúcar en una tienda cercana y los distribuía entre ellos. Habiendo hecho esto, continuo su camino. Yo lo seguí.
En las afueras de la ciudad abandonó el camino, me hizo una seña con la cabeza para que lo siguiera, cruzó un llano y se sentó sobre una roca, junto a un arroyo. Me indicó que me sentara y miro reflexivamente el agua. En una oportunidad rompí el silencio pero él me indicó que callara.
Después de una hora hablo…
“Ishk bashad”
“Ishk”, respondí.
Luego dijo: “Si vos poseéis conocimiento, servís como aquellos que son ignorantes; pues es impropio que la gente de China haga peregrinaje y el nativo de Meca este acostado durmiendo en las cercanías. ¿Qué busca usted de mí?
“Conocimiento – respondí – conocimiento que me permita pensar a través de las complejidades de la vida moderna y retener firmemente los principios de los grandes maestros.”
Removió la tierra con su bastón. “El conocimiento que usted busca proviene de la experiencia y no puede ser aprendido de un libro. Puede leer a los grandes: Rumi, Jami, Hafiz, Saadi, pero sus escritos son sólo la sal del pan. Para probar tiene que comerse la hogaza, experimentar la sal en su intima conexión con la harina, la levadura y el agua. Su relación con la vida actual la percibe sobre la base de su pasado condicionado y lo que se le ha enseñado a pensar.
“Para despejar el paladar a fin de admitir una nueva capacidad gustativa, tiene que desprenderse de las viejas formulaciones que le han fallado tan violentamente en el pasado, y buscar los valores reales. ¿Esta usted preparado para dejar el mundo y retirarse a la montaña siguiendo una dieta elemental?”.
Moví la cabeza en señal de aprobación.
“¿Ve usted?- movió la cabeza con pesadumbre – todavía piensa que para encontrar conocimiento debe buscar una vida solitaria, alejada de las cosas impuras. Esa es una actitud primitiva, propia de los salvajes. ¿No se da cuenta de que un cambio sofisticado de desarrollo es incompatible con los requisitos actuales? ¿Puede comprender la inutilidad de abandonar el mundo por el bien de su desarrollo egoísta?
“Puede necesitar seguir un curso – prosiguió – en un centro Sarmoun, pero eso no implicará total abandono de sus actividades mundanas. No hay nada “impuro” en una razonable actividad mundana, con tal de no permitirle, o invitarle a que lo corrompa. Si tiene suficiente habilidad puede valerse de las fuerzas negativas para que le sirvan… pero, le reitero, debe tener suficiente habilidad.


Extracto del libro Los maestros de Gurdjieff